viernes, 20 de junio de 2008

Uno

Este es el primer post de un diario cuya única intención es hacer público mi fracaso. No tengo ninguna intención de que mis experiencias construyan un índice para evitar el fracaso en los lectores. Simplemente escribo este blog para recordarme todos los días lo que eventualmente terminará siendo un dato, una estadística. Una tragedia menor de la que sólo mi padre (a quien no he visto en años) se ocupará. Confío en que tal vez la recuerde de vez en cuando si es que su nueva familia le deja un poco de tiempo libre. En fin, no pretendo sonar dramático, así que aquí comienza este diario en el que iré apelando a la memoria para ir diseccionando mi fracaso.

Trabajo desde hace una semana en una librería. No es una de esas librerías como Gandhi, El Sótano o El Fondo de Cultura, no. En ninguna de esas me dieron trabajo aun cuando apliqué en casi todas las sucursales de cada una de ellas. Se trata de una librería de viejo cuyos títulos tienen que ver con el mundo de los vampiros, la herbolaria, la hechicería, el budismo, la cocina del mundo y la superación personal. También tenemos una sección de revistas viejas, de todo tipo, algunas incluso que ya no se editan más. El dueño es un viejo flaco de ojos hundidos y barba canosa, crecida sin ningún cuidado. Recuerdo que ya desde el día en que le pedí el trabajo su mirada comenzó a inquietarme. 
 -Mueves mucho las manos, muchacho. Y hablas muy rápido, me da la impresión de que eres hiperactivo, pero también creo que rara vez concluyes las cosas que te propones, me dijo.
-Puede que sí sea hiperactivo, pero no tenga usted duda de que pongo todo mi empeño en cada una de las cosas que me propongo. Así que puede tener la certeza de que no encontrará mejor empleado que yo, respondí, sobreponiéndome al comentario del anciano. Generalmente tengo problemas para manejar mis emociones, sobre todo cuando se trata de aquellas provocadas al sentirme evidenciado. Es una especie de instinto de sobrevivencia. Supongo que ciertas patologías se acentúan cuando se ha padecido orfandad. 
  La librería se localiza a unas pocas cuadras de mi casa, ni siquiera tengo que salir de la colonia Doctores. Mis labores consisten en limpiar y ordenar todo. Vaya que necesitaba un ayudante el viejo Leopoldo. Como decía, trabajo desde hace una semana en la librería El Gozne y hoy pude cobrar mi primer sueldo: 275 pesos. Poca cosa. Por fortuna no tengo que pagar renta. La casa de infonavit en la que vivo con mi madrina y su marido es mía. La compré con un seguro que mi madre tenía contratado en su cuenta de banco; un seguro en caso de muerte accidental, sólo que ella no lo sabía, pensaba que los 45 pesos que le cobraban mensualmente era por manejo de cuenta. Pero no, se trataba de un seguro que ella no contrató pero que el banco le comenzó a cargar. Así que al morir mi madre fui a reclamar los 19 247 pesos que había en la cuenta. Al entrar al banco una mujer joven me preguntó qué operación iba a realizar. Le dije que sólo venía a retirar el dinero de mi madre que había fallecido en un accidente de tránsito. No lo había dicho, pero a mi madre la arrolló un microbús en la avenida Cuauhtémoc, cuando se dirigía a su trabajo de cocinera en un restaurante en Coyoacán. Por supuesto esto no se lo dije a la mujer. Sin embargo, su voz magnánima y su dedo índice me indicaron hacía donde debía dirigirme: ejecutivo de cuenta. Resultó ser un hombre vestido con un traje negro tres tallas más grande. Detrás de sus anteojos me lanzaba miradas reticentes conforme copiaba los números del estado de cuenta y veía la información en el monitor de su computadora. 
 -Sí, efectivamente, 19 247 pesos. ¿Piensa retirarlos en este momento?, porque podemos transferirlos a una nueva cuenta a su nombre. Ya sabe que no es seguro salir a la calle con tanto dinero, dijo mirandome por encima de sus lentes. 
 -19 247 pesos no es tanto. Me los llevo. 
-Como guste, señor. Permítame sus documentos, debo sacarles copia para poder entregarle el dinero de su difunta madre. 
Le di al hombrecillo el acta de defunción, el estado de cuenta, un recibo de la luz y mi acta de nacimiento, entonces tenía 15 años y era el único documento oficial con el que contaba. 
 Media hora después me dio un papel y me hizo  formarme para retirar el dinero. Finalmente la cajera me entregó los 19 247 pesos. Todo mi capital en la vida. Salí del banco sintiéndome dueño del mundo. Mientras me dirigía a mi casa con una de las bolsas de mi pantalón llena de billetes, mirando a diestra y siniestra, armaba el plan: vendería todo lo que pudiera de la casa y me iría a otra lugar, a otro país. A Brasil o Argentina, cualquiera de los dos, en ambos se juega fútbol y hay mujeres guapas. Pero las cosas no siempre resultan como uno las visualiza en su cabeza. 


1 comentario:

ASKARI MATEOS dijo...

Espero que la historia de tu fracaso sea elocuente, parece que sí, supongo que irá siendo por entregas, estaré pendiente. Me recuerda un poco a la Desgracia, de J.M. Coetzee. Saludos